miércoles, 28 de mayo de 2008

El cerdo

Mi animal preferido es el cerdo. Sí, sí, el cerdo.

El cerdo (Sus scrofa) es un animal trágico y polémico. "Cerdo" es uno de los insultos más frecuentes en el habla cotidiana y todo lo que atañe al cerdo implica oscuridad, deseo, culpa. Investigando acerca del origen de la prohibición de comer carne de cerdo, explícita en algunas religiones, he encontrado el argumento de que criar cerdos suponía un gasto inadmisible en las regiones habitadas por los antiguos semitas, de ahí que se prohibiera la tenencia de ganado porcino. El cerdo salvaje era un competidor temible del humano por los recursos alimenticios, por eso el rechazo que las tribus mostraban hacia este mamífero. Normalmente se piensa que la razón de esta censura es que el cerdo es un “animal impuro”, que es sucio y que transmite enfermedades. Este argumento es ridículo. El cerdo no es sucio per se. El hombre que cría al cerdo hace de él lo que quiera. Si lo mete en un chiquero y lo alimenta con mierda y no le proporciona agua limpia con la que refrescarse la piel es lógico que el cerdo se haga sucio. Del mismo modo, si le da de comer carne lo hará carnívoro. En este sentido (y en tantos otros) podemos observar que el cerdo es muy similar al propio humano. Yo podría aceptar el argumento de que no se debe comer carne de cerdo porque supone un acto de canibalismo, dada la innegable similitud entre el cerdo y el hombre. Creo firmemente que el hombre tiene tanto de cerdo como de mono. Pico della Mirandola, en su célebre Discurso sobre la Dignidad del Hombre, habla de las virtudes proteicas del humano. El hombre es un animal mimético, un ser que copia libremente a la naturaleza, y que trata de imitar a los demás seres al carecer de una forma o función preconcebida por el Creador. El cerdo, por su parte, es un animal sensual cuyo orgasmo dura media hora. De ahí que se tilde de “cerdos” a los humanos amantes del placer. Esto es un rasgo de puritanismo puro y duro y no se sostiene racionalmente. En cualquier caso, nadie debe ofenderse porque le llamen cerdo o cerda, antes al contrario: uno está perfectamente legitimado para reivindicar al cerdo que lleva dentro y hacer el cerdo tanto como quiera, siempre y cuando esta conducta no dañe a terceros. El cerdo es un ser entrañable, no hay más que mirarlo bien para sentirse embargado por la ternura y el arrobo.

Sin embargo hay otra dimensión a tener en cuenta. Cebar a un cerdo es una inversión. El cerdo gasta pero, no lo olvidemos, del cerdo se come todo. “Del cerdo hasta los andares”, reza ese adagio español tan chulesco. El cerdo es una inversión en el sentido de que sus productos se venden en forma de fiambre. Son célebres, por ejemplo, el jamón serrano, el jamón cocido, el jamón york, el salchichón, el chorizo de Teror, el chorizo ibérico, el chorizo cantimpalo, el pamplonica, el chorizo revilla, el salami, el fuagrás lapiara, la pata de cerdo recién hecha, la sobrasada de cerdo, la paleta ibérica, la paletilla, la salchicha manohierro, la morcilla de Burgos… te pones a contar y no terminas nunca, es fascinante: el fuet, el tocino, la costilla, la cabeza de cerdo ahumada, el lomo, el lomo con queso, el bocadillo de lomo con queso especial, el lomo adobado, el chorizo a la sidra, la manteca, los callos, las manitas de cerdo en salmorejo, el cerdo agridulce, la nariz de cerdo, el secreto de cerdo con guarnición de papas fritas, el ojo de cerdo frito en su propia grasa con bechamel de burro, la lengua de cerdo en su salsa, las orejas, los chicharrones, el rabo de cerdo bañado en chocolate negro con virutas de limón rallado… y mil cosas más, todo ello se puede vender y comprar y preparar y comer y es muy bueno. Sabroso. Sin embargo no es lo mismo la cría de cerdo para el autoconsumo que la cría industrial de cerdo. No es lo mismo la fiesta de la matanza, de origen precapitalista, donde el pueblo se reune y degusta los productos del cerdo, que la especulación con el cerdo, el regodearse en el cerdo y el sueño de un cerdo transfigurado en dinero. Es en el nivel simbólico, lingüístico y representativo donde el cerdo se asocia con la vileza. Pero la vileza está en la acción humana y no en el pobre cerdo.

La imagen del cerdo se asocia con el ahorro. “Cebar al cerdo” es una metáfora clara del capitalismo. Las huchas tienen forma de cerdo. De ahí la doble cara de la dedicación al cerdo, esa dimensión ambigua de carácter netamente hegeliano, en que el cerdo es fiesta y a la vez constricción. Una cosa es el amor al cerdo y otra muy distinta el amor al dinero. El cerdo se da entero, no admite la sobra, su sino es la consumación. Las culturas amerindias, entre otras, tenían entre sus ritos constituyentes la ceremonia del potlach, en que los excedentes de la cosecha o las riquezas sobrantes se repartían entre la comunidad o se destruían festivamente. La especulación con el excedente, el plusvalor, es una costumbre desarrollada por el hombre blanco.
En el capitalismo el cerdo no para de engordar. Se ceba al cerdo no para comérselo o para verlo hermoso, sino por el placer malsano de la acumulación, la hipertrofia, la voluntad de poder.

El capital es un megacerdo.
Llegará el tiempo de la matanza, y toda esa acumulación de viandas, de morcillas, chorizos y jamones, tendrán que ser repartidas entre los desheredados de la tierra.
Y los ricos, al chiquero.

jueves, 15 de mayo de 2008

Disney

Sin embargo, son las ideas las que nos permiten concebir las carencias y los peligros de la idea. De ahí la paradoja ineludible: debemos entablar una lucha crucial contra las ideas, pero sólo podemos hacerlo con ayuda de las ideas. No olvidemos nunca que nuestras ideas han de mantener el papel mediador y debemos impedir que se identifiquen con lo real. Sólo debemos considerar dignas de fe las ideas que conllevan la idea de que lo real resiste a la idea. Esta es la tarea indispensable en la batalla contra la ilusión.
Edgar Morin

"El Dios del que me hablas fue inventado por la factoría Disney. Ese Dios es el que alimenta todas las campañas publicitarias de Navidad. Es el gran titiritero: el Capital". Fueron las palabras de Graham de la Cruz, justo antes de terminar el último sorbo de café en la Plaza de la Victoria. Hablábamos de la educación sentimental en las sociedades opulentas, el nacimiento de los deseos y la idea de lo Bueno que nos ha sido inculcada a partir de la imagen del Dios de la Barba, el de la túnica: el Dios Disney, como sugería De la Cruz.
Disney es más que el apellido de aquel dibujante que desplegó su singular talento en los tiempos de la Gran Depresión tras el crack del 29 (y que es considerado por muchos historiadores de su país -con gran acierto- el estadounidense más importante del siglo XX), más que el nombre de una gigantesca multinacional, más que un logotipo de caligrafía inconfundible, más, mucho más: Disney es una moral aprendida por millones de niños de todo el mundo.
Pensemos por un momento hasta qué punto Disney está en nosotros. Con qué facilidad aceptamos, de niños, la realidad de esos seres antropomorfos que hacen gala de las mezquinas preocupaciones de los puritanos del midwest. Maravilla tras maravilla, los dibujos animados de Disney inoculan los valores tradicionales de la familia estadounidense y la lógica del capitalismo darwinista. Pensemos, sin necesidad de retrotraernos a las viejas películas, en el caso del Rey Leon: lo que allí se dice es, simplemente, que el mundo es como es, que está bien hecho y que cualquier intentento de cambiarlo sólo traerá catástrofes. Es el "ciclo de la vida", cantado por Elton John-Serafín Zubiri (el Stevie Wonder español).
Disney nos inocula la ética y la estética a través de un vasto complejo de propaganda: es el ideal wagneriano de la obra de arte total que cumple, además la función diseñada por los nazis de creación de realidad a través de los medios. No en vano se ha hablado de Walt Disney como un "modernista sentimental", un moderno reaccionario, siempre a la vanguardia en cuanto a los medios técnicos que usa una estética victoriana al servicio del embrutecimiento generalizado. Tanto Adorno como Benjamin estaban horrorizados con el aspecto político de las creaciones de Disney, concebidas para estupidizar a las masas. Nosotros, que somos masas estúpidas, no podemos entender plenamente el sentido de esta crítica. Para nosotros, Mickey ha estado siempre ahí, como el sol y la luna, y el tío Gilito (versión española del nombre original, Scrooge McDuck) y Minnie y su puta madre, todos ellos, todos nosotros, a la hora de la merienda y siempre en nuestros corazones.
La Belleza-Disney, la Naturaleza-Disney y, sobre todo, el Amor-Disney (y fueron felices y comieron perdices y punto): Disney se ha apropiado de la cultura y nos ha servido una versión edulcorada de la realidad. El mundo entero ha de ser Disney o ha de perecer bajo la bomba si se resiste.
El tema es complejo y tiene vastas ramificaciones, dado que Disney es hoy por hoy una de las multinacionales más influyentes (cuyos accionistas principales son, por cierto, algunos miembros de la realeza saudí) y controla multitud de filiales en la industria cultural, desde largometrajes y teleseries hasta música pop (Britney Spears, Cristina Aguilera, etc) y quién sabe qué más.
De momento, y como señal de alerta cercana, hemos de saber que Disney está interesado en construir un parque temático en Gran Canaria a través de la Cámara de Comercio Norteamericana (entidad que hermana a empresarios locales como Lopesan & Co. y multinacionales yanquis). Este parque, construido con subvención pública ("dará trabajo a muchos canarios") estaría dedicado a África, aprovechando la coyuntura del Plan-África para el cual el archipiélago está sirviendo de plataforma. Así, tendremos en Canarias una versión Disney del maltrecho continente, donde ya podemos imaginar los monitos amaestrados, los leones en sus jaulas, las danzas de los negritos (negritos del color de la Cocacola) y las colas de los colegios que van de excursión a conocer África, mientras África se hunde en una nueva ola de colonialismo.
Pronto tendremos también un parque temático de la Revolución-Disney, con un MarxDonald´s y un actor disfrazado de Lenin haciendo malabares al ritmo de la Internacional-tecno. Seguro que ya se le habrá ocurrido a alguien. Disney se apropia de la realidad entera, del pasado y del futuro, ese es su sino. De la mano del Capital, adquiere naturaleza religiosa y se encarna en la sensibilidad de los niños. Para derrotarlo, necesitaremos una auténtica Yihad.

sábado, 10 de mayo de 2008

Conspiracy 2

Hoy me he levantado dando un salto mortal. Dando volteretas he llegado al baño. Una inquietud general se ha apoderado de mi cuerpo una vez más. Me he mirado al espejo y me he preguntado: ¿no te estarás volviendo loco? Anoche estuve viendo un documental titulado Zeitgeist que circula por internet y aunque contiene mucha información que sería necesario contrastar... en términos generales... me lo he creído. Estoy fatal.




o bien




Aunque no es necesario creérselo de cabo a rabo por su carácter simplificador (a la americana), contiene temas acerca de los que se podría discutir: orígenes de la religión-poder-finanzas.

Me voy al parque, de paseo.

sábado, 3 de mayo de 2008

El blanco

"El blanco es siempre racista", decía el amigo Pancho, un aymara que conocí en una charla sobre el nuevo socialismo latinoamericano. Y yo añado: el blanco no sólo es racista sino que además huele mal. Podemos comprobarlo. El blanco, embadurnado de productos químicos, quiere disimular su olor a cadáver.
El blanco, cadavérico, ha sido y sigue siendo la peor lacra que ha sufrido la humanidad. Ha ido por el mundo dando leña con su cruz, sojuzgando con su cruz, a Dios rogando y con el mazo dando. Y no sólo con el mazo. También con metralletas y pánzers y bombas de hidrógeno y de plutonio , que ha inventado por pura maldad, para darse gusto matando. El blanco es más malo que la quina.
El blanco, occidental y eurocéntrico, es absolutamente incapaz de ponerse en lugar de quien no es blanco. Por eso ha despreciado sistemáticamente otras culturas y no valora las manifestaciones espirituales de los pueblos que masacra y extermina. Son manifestaciones "primitivas" que hay que poner en el museo. El blanco es incluso capaz de poner a un negro entero disecado en un museo. Hasta hace poco, en Banyoles, había un negro disecado en el museo del pueblo.
El blanco odia, ante todo, la religión de los otros pueblos. Y aprovecha las campañas en salvación de las almas para arrasar con los cuerpos, con las cosmovisiones y, de paso, con los recursos naturales. "Nosotros somos un pueblo politeísta", decía Pancho, y los blancos a su alrededor, que hablaban de Trotsky y de la lucha de clases, no entendían nada. Pero le daban palmaditas en la espalda, para no quedar mal con el camarada aborigen. Los hay peores, desde luego.
El blanco, sea WASP o Guerrillero de Cristo Rey, tiene una mala uva insoportable que viene del odio que siente hacia su propio cuerpo reprimido. El blanco no ve, no escucha, no aprecia el perfume de la tierra. De tan higiénico y delicado, siempre entre cojines, ha perdido toda madera, ha perdido las flores. El blanco no sabe bailar.
El blanco no sabe salir de sí mismo, no sabe mezclarse, no quiere saber nada de aquello que no entiende, sólo sabe sojuzgar. Y además de todo eso, huele mal.