miércoles, 24 de septiembre de 2008

Acción Directa


Muchas de las personas que reivindicamos los valores de la izquierda desde el salón de casa, delante de un buen libro de algún reconocido autor marxistoide, tomándonos un cafecito y fumando un cigarrito mientras pensamos en la gloria de la Revolución, consideramos lo difícil que es hoy en día llevar a cabo una propuesta concreta de acción netamente revolucionaria: no está el horno pa bollos, pensamos. Qué hacer, qué hacer, qué hacer y cómo, nos hemos preguntado muchas veces, sabiendo que la respuesta es "no lo sé", reconfortados en nuestra cómoda frustración. "El pueblo tiene que unirse y salir a la calle", oímos de vez en cuando, sin tener muy claro qué es eso de "el pueblo". Las antiguas categorías del folclore revolucionario nos llenan la boca de baba, y los ojos se nos inundan de lágrimas cuando escuchamos las viejas canciones de Víctor Jara y de Quilapayún. Hay quien incluso sigue sintiendo en lo más hondo la letra de "la Internacional". La siente muy hondo y poco más, porque luego sigue con el cafecito y el cigarrito y se va al cine a ver "Che, el argentino" y piensa: "Vaya, no está mal, no me lo esperaba, es una buena película", y luego sale del cine y se va a comer un helado y luego a tomar unas cañas y luego vuelve a casa y se acuesta, que mañana hay que ir a currar. Mañana seguiremos pensando en la Revolución, que está guapísima. Antes de dormir, recitamos inconscientemente nuestras oraciones: "Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy". Y nos dormimos y soñamos con tórridas escenas de homosexo entre Marx y Engels y de vez en cuando aparece también Bakunin, que es un poco puta, y Lenin arengando a las masas con los soviets vestidos de cuero tras él y cosas así, cosas así, cosas así, zzzz, zzzz.

Otras personas, en cambio, personas verdaderamente excepcionales, pasan a la acción directa. Y aquí quería yo llegar. ¿De donde viene la crisis de la qué tanto se habla? ¿Qué pensamos de los bancos? Yo normalmente me cago mucho en los bancos (especialmente el Santander), pero no hago nada. Tengo dos tarjetitas de débito y una visa que me deja endeudarme hasta 1.200 euros que luego he de pagar a toda prisa si no quiero que los intereses me devoren. He recibido además una oferta reciente mediante la cual puedo pedir hasta 6.000 euros para gastos de consumo (un coche, un viaje, un arreglo doméstico, una tele de plasma, las obras completas de Marx encuadernadas en rústica, una Fist Fucking Machine, lo que sea) que luego se convierten en 8.000 y pico al devolverlos, podría ser peor, por eso es una oferta, un chollo, vamos. El caso es que hace unos días dos jóvenes entraron en el vagón del metro en que me encontraba yo pensando en las musarañas. Iban repartiendo con alegría una publicación de número único titulada "Crisis: Publicación gratuita para sobrevivir a las turbulencias económicas", y explicaban a quien quisiera escuchar que en el interior se informaba, entre otras cuestiones, de la acción de un joven que había pedido 492.000 euros en préstamos a diferentes instituciones bancarias, había donado el dinero a diversos movimientos sociales y se había dado a la fuga. Parte del dinero se había usado para financiar los 200.000 ejemplares que se repartirían a lo largo del día 17 de septiembre por territorio catalán. Cuando después leí la "confesión" del autor de la hazaña (un activista llamado Enric Duran que había planeado esta acción durante dos años) sentí la liberación de aquella cómoda sensación de frustración que normalmente me embarga, ay de mí.


Como es natural, la noticia ha tenido muy poca difusión mediática. En cualquier caso, aquí va el link de la publicación (tiene versión en diferentes lenguas):





Hay más información al respecto en la web, incluso en youtube, si buscamos por el nombre de Enric Duran. Que cada cual saque sus conclusiones. Desde aquí, saludamos al Enric y le deseamos suerte, dondequiera que esté.



En algún momento habrá que despertar, digo yo.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Ugly things, cosy things

En uno de sus libros, Pasajes de la vida negra (por desgracia inencontrable, como tantos otros títulos del autor), Graham de la Cruz defiende una poética que ilumine ciertas cuestiones soterradas y dejadas de bando por la intelectualidad oficial. En la línea de sus siempre venerados Georges Bataille y Walter Benjamin, De la Cruz elabora una especie de ficción poética, que unos han calificado simplemente como poema en prosa y otros, más perspicaces, como "salmodia intermitente", mediante la cual ciertos fetiches de la cultura de masas son confrontados con el paso del Tiempo, dimensión que cobra metafóricamente la forma de una determinada arquitectura urbana, en este caso, la ciudad de Amsterdam. Transcribo aquí un fragmento:

Estaba en Amsterdam, estaba enamorado, y buscaba por todas partes una Fist Fucking Machine. Era el final del verano y no esperaba encontrar ese frío. No recordaba el frío mojado de Amsterdam. Paseábamos por el Jordaan y los nombres de las calles volvían a encontrarse con la imagen suelta de la retina. Me asombraba ese desconcierto, pues no habían pasado tantos años, en el que la memoria había disociado nombres y canales, calles y nombres de calles y nombres de antiguos compañeros de universidad que ya no vivían allí y nombres y más nombres y calles y canales sin nombre, flotando sobre las aguas del olvido los nombres de los canales del olvido del nombre, quedando en el limbo de las imágenes los canales sin nombre y las calles sin nombre y las plazas sin nombre, y en el limbo de los nombres los nombres de los canales y calles y plazas de las que la memoria había disociado de sus correspondientes imágenes, de ahí el desconcierto. Pero pronto volvía todo a su sitio y se asentaban los nombres al pisar las calles, a la vera de los canales, caminando y contemplando y comentando las casas de Amsterdam, casas donde parte del interior suele quedar a la vista del flaneur. Amsterdam es una ciudad bella, sobre todo cuando los árboles aún conservan las hojas, cuando le da la luz. A plena luz del día se extendían personas en las terrazas, pese al frío, buscando la luz que ya se despedía, que quedaría sepultada por las tinieblas permanentes del invierno a partir de octubre, con el cambio oficial de hora. A plena luz del día caminaba enamorado e iba buscando desesperadamente una Fist Fucking Machine.

Recordaba haberla visto años atrás en el escaparate de un sex shop cerca de la Centraal Station. También aquí la memoria había quedado un poco difuminada y no podía precisar la ubicación exacta de la calle. Había tiempo, todo el día para pasear. Amsterdam es bella en el sentido burgués del término, con sus casas que dan al canal, sus árboles, las formas desarrolladas desde el siglo XVII, el siglo de oro de la ciudad, los inconfundibles tejados, las estructuras altas y estrechas, el pavimento de ladrillo rojo con las ondulaciones de los puentes, la misma ondulación que los canales imponen a las calles, las imágenes de casas que se evaden de la vista con la curva del canal y que uno al caminar también va ganando, en otras paredes de otras casas que van apareciendo al doblar la curva, sobre el agua, medio encubiertas por el verdor de los olmos en verano, aunque hacía frío ya y se podían probar los vientos y la lluvia a rachas de Holanda, la lluvia que trae el viento haciendo extrañas curvas por los meandros de los canales. Parte de la belleza de Amsterdam proviene de la abundancia de curvas en contraste con los tejados puntiagudos de las casas de la burguesía protestante, los numerosos comerciantes y banqueros de antaño, ejecutivos de hoy, intelectuales y artistas y comerciantes y ejecutivos de hoy que pueblan el centro de la ciudad. En Amsterdam abundan las curvas, sí. Pero el movimiento de la Fist Fucking Machine no conoce las curvas, pues es básicamente percutor.

Como todo el mundo sabe, la Fist Fucking Machine es una especie de taladro hidráulico en cuyo extremo se ha insertado un puño de látex de tamaño natural. Funciona con una batería de alimentación eléctrica y se acciona apretando un botón que libera el mecanismo mediante un juego de pistones de gran potencia. Se usa para dar y recibir placer o, con más propiedad y en palabras del Dante, "per dare e ricevere il piaccere", normalmente de forma anal, "alla maniera". Nunca he podido averiguar quién la ideó, pero intuyo que se trata de un invento oriental. Recordaba haberla visto en el escaparate de un sex shop en la Haarlemerstraat, cuatro años atrás. Sin duda resultaba ingenuo pensar que aún continuaría en el escaparate, pero quizás, al reconocer el establecimiento, podría preguntar si aún disponían en stock. Yo la había visto por primera vez una mañana en que iba buscando una farmacia. Era una mañana limpia y azul, yo alzaba la vista al cielo y respiraba el aire frío, buscando el sol. Quería calmarme porque en realidad estaba histérico. Caminaba buscando una farmacia, buscando una paz que no llegaría. Miraba todos los escaparates con ansiedad, las tiendas de souvenirs, los establecimientos de los turcos ofreciendo falafel a un precio muy razonable, las boutiques de ropa jipiosa, los coffee shops, un sex shop, otro falafel, tres tiendas más de souvenirs, otro coffee shop, una pizzería, más ropa jipiosa y de pronto, en el escaparate del tercer sex shop, mi vista se clava en un lujoso set de dildos de todas las formas, colores y tamaños imaginables, encajados en blanco porexpán dentro de una enorme caja plastificada, de luxe. En medio de los dildos estaba la Fist Fucking Machine, y ella sola centraba naturalmente toda mi atención. La existencia de un ingenio como la Fist Fucking Machine a esa hora de la mañana, en ese preciso instante, en ese lugar de una ciudad del norte, la calle con los turistas madrugadores, los lugareños desayunando krokett, las gaviotas gritando en el cielo, los canales, siempre los canales, mi mirada clavada en la Fist Fucking Machine, la reflexión de pronto, haciéndome olvidar el viejo desasosiego y trayéndome uno nuevo, muy intenso.

Estaba enamorado y caminaba por Amsterdam, hablábamos del cambio y del olvido y entrábamos en todos los sex shops que salían a nuestro encuentro, en busca de la Fist Fucking Machine. Recorríamos los canales y las calles adyacentes realizando recorridos sinuosos por el centro de la ciudad, manteniendo una tensa gravitación en torno a la Centraal Station, que habría de engullirnos cuando concluyera nuestra visita a Amsterdam, Amsterdam, la ciudad de los canales, la Venecia del norte. En Amsterdam aman la música barroca veneciana y en la ciudad viven afamados especialistas en el campo de la interpretación con criterios historicistas. Deambulábamos por el Barrio Rojo y entrábamos en todos los sex shops, pero no había rastro de la Fist Fucking Machine. De paso mirábamos las revistas y las películas en las estanterías. Fue hasta cierto punto emotivo reencontrar, gracias al rigor de clasificación de los holandeses, toda una sección dedicada al "Pees & Shit". Se trataba mayoritariamente de producciones alemanas cuyas contraportadas ofrecían fotogramas en los que se apreciaba a los actores haciendo el amor embadurnados de mierda, normalmente maduros obesos acompañados de toxicómanas, un clásico. Su precio rondaba los treinta y cinco euros cada DVD, precio de delicatessen. Había un pack de tres DVDs titulado "Scatho Box" de envoltorio dorado que no tenía fotogramas, misterioso, ocultaba sin duda muchos secretos. El pack costaba quince euros. Finalmente nos dirigimos hacia la Haarlemmerstraat, decididos a concluir la agonía de la búsqueda. Cuando vamos al mercado, siempre es mejor ir a tiro hecho, porque si no seremos devastados por la melancolía de la abundancia. Ya habíamos tenido nuestra borrachera de varieties, y se imponía el sentido común. Enfilamos calle adentro y volví a recorrer todos los escaparates con ansiedad, las tiendas de souvenirs, los establecimientos de los turcos ofreciendo falafel a un precio muy razonable, las boutiques de ropa jipiosa, los coffee shops, un sex shop, otro falafel, tres tiendas más de souvenirs, otro coffee shop, una pizzería, más ropa jipiosa y de pronto, en el escaparate del tercer sex shop mi vista se clava en el enorme vacío dejado por el set de dildos de luxe que antaño lo presidía todo. A veces las cosas no salen como esperamos.
Entramos en la tienda. En Amsterdam todo el mundo sabe hablar inglés y el inglés está por todas partes. En todo el tiempo que viví allí nunca conseguí aprender el holandés debidamente, porque todo el mundo era proclive a hablar en inglés. Me dirigí al dependiente y, un poco azorado, con voz trémula, le pregunté:
"Do you still have any Fist Fucking Machine?"