Mi animal preferido es el cerdo. Sí, sí, el cerdo.
El cerdo (Sus scrofa) es un animal trágico y polémico. "Cerdo" es uno de los insultos más frecuentes en el habla cotidiana y todo lo que atañe al cerdo implica oscuridad, deseo, culpa. Investigando acerca del origen de la prohibición de comer carne de cerdo, explícita en algunas religiones, he encontrado el argumento de que criar cerdos suponía un gasto inadmisible en las regiones habitadas por los antiguos semitas, de ahí que se prohibiera la tenencia de ganado porcino. El cerdo salvaje era un competidor temible del humano por los recursos alimenticios, por eso el rechazo que las tribus mostraban hacia este mamífero. Normalmente se piensa que la razón de esta censura es que el cerdo es un “animal impuro”, que es sucio y que transmite enfermedades. Este argumento es ridículo. El cerdo no es sucio per se. El hombre que cría al cerdo hace de él lo que quiera. Si lo mete en un chiquero y lo alimenta con mierda y no le proporciona agua limpia con la que refrescarse la piel es lógico que el cerdo se haga sucio. Del mismo modo, si le da de comer carne lo hará carnívoro. En este sentido (y en tantos otros) podemos observar que el cerdo es muy similar al propio humano. Yo podría aceptar el argumento de que no se debe comer carne de cerdo porque supone un acto de canibalismo, dada la innegable similitud entre el cerdo y el hombre. Creo firmemente que el hombre tiene tanto de cerdo como de mono. Pico della Mirandola, en su célebre Discurso sobre la Dignidad del Hombre, habla de las virtudes proteicas del humano. El hombre es un animal mimético, un ser que copia libremente a la naturaleza, y que trata de imitar a los demás seres al carecer de una forma o función preconcebida por el Creador. El cerdo, por su parte, es un animal sensual cuyo orgasmo dura media hora. De ahí que se tilde de “cerdos” a los humanos amantes del placer. Esto es un rasgo de puritanismo puro y duro y no se sostiene racionalmente. En cualquier caso, nadie debe ofenderse porque le llamen cerdo o cerda, antes al contrario: uno está perfectamente legitimado para reivindicar al cerdo que lleva dentro y hacer el cerdo tanto como quiera, siempre y cuando esta conducta no dañe a terceros. El cerdo es un ser entrañable, no hay más que mirarlo bien para sentirse embargado por la ternura y el arrobo.
Sin embargo hay otra dimensión a tener en cuenta. Cebar a un cerdo es una inversión. El cerdo gasta pero, no lo olvidemos, del cerdo se come todo. “Del cerdo hasta los andares”, reza ese adagio español tan chulesco. El cerdo es una inversión en el sentido de que sus productos se venden en forma de fiambre. Son célebres, por ejemplo, el jamón serrano, el jamón cocido, el jamón york, el salchichón, el chorizo de Teror, el chorizo ibérico, el chorizo cantimpalo, el pamplonica, el chorizo revilla, el salami, el fuagrás lapiara, la pata de cerdo recién hecha, la sobrasada de cerdo, la paleta ibérica, la paletilla, la salchicha manohierro, la morcilla de Burgos… te pones a contar y no terminas nunca, es fascinante: el fuet, el tocino, la costilla, la cabeza de cerdo ahumada, el lomo, el lomo con queso, el bocadillo de lomo con queso especial, el lomo adobado, el chorizo a la sidra, la manteca, los callos, las manitas de cerdo en salmorejo, el cerdo agridulce, la nariz de cerdo, el secreto de cerdo con guarnición de papas fritas, el ojo de cerdo frito en su propia grasa con bechamel de burro, la lengua de cerdo en su salsa, las orejas, los chicharrones, el rabo de cerdo bañado en chocolate negro con virutas de limón rallado… y mil cosas más, todo ello se puede vender y comprar y preparar y comer y es muy bueno. Sabroso. Sin embargo no es lo mismo la cría de cerdo para el autoconsumo que la cría industrial de cerdo. No es lo mismo la fiesta de la matanza, de origen precapitalista, donde el pueblo se reune y degusta los productos del cerdo, que la especulación con el cerdo, el regodearse en el cerdo y el sueño de un cerdo transfigurado en dinero. Es en el nivel simbólico, lingüístico y representativo donde el cerdo se asocia con la vileza. Pero la vileza está en la acción humana y no en el pobre cerdo.
La imagen del cerdo se asocia con el ahorro. “Cebar al cerdo” es una metáfora clara del capitalismo. Las huchas tienen forma de cerdo. De ahí la doble cara de la dedicación al cerdo, esa dimensión ambigua de carácter netamente hegeliano, en que el cerdo es fiesta y a la vez constricción. Una cosa es el amor al cerdo y otra muy distinta el amor al dinero. El cerdo se da entero, no admite la sobra, su sino es la consumación. Las culturas amerindias, entre otras, tenían entre sus ritos constituyentes la ceremonia del potlach, en que los excedentes de la cosecha o las riquezas sobrantes se repartían entre la comunidad o se destruían festivamente. La especulación con el excedente, el plusvalor, es una costumbre desarrollada por el hombre blanco.
En el capitalismo el cerdo no para de engordar. Se ceba al cerdo no para comérselo o para verlo hermoso, sino por el placer malsano de la acumulación, la hipertrofia, la voluntad de poder.
En el capitalismo el cerdo no para de engordar. Se ceba al cerdo no para comérselo o para verlo hermoso, sino por el placer malsano de la acumulación, la hipertrofia, la voluntad de poder.
El capital es un megacerdo.
Llegará el tiempo de la matanza, y toda esa acumulación de viandas, de morcillas, chorizos y jamones, tendrán que ser repartidas entre los desheredados de la tierra.
Y los ricos, al chiquero.