domingo, 13 de enero de 2008

El negro

Forse qualche lettore troverà che dico delle cose banali. Ma chi è scandalizzato è sempre banale. E io, purtroppo, sono scandalizzato.

Pier Paolo Pasolini




Uno encuentra muchas cosas en los libros. Aunque sea un poco largo, transcribo aquí unos pasajes del libro Doce preguntas sobre nuestra procedencia, del escritor canario Graham de la Cruz. Su lectura deja, como siempre, un regusto amargo en la boca del lobo:

De entrada la pregunta que me hago es: ¿es efectivamente la civilización occidental superior a todas las demás? Hay que responder de todo corazón. No vale decir: "no, no, cada civilización es diferente, todas tienen sus cosas buenas y sus cosas malas", cuando en realidad estamos convencidos de que no es así, de que a todas luces, la civilización occidental es infinitamente mejor que todas las demás, pero no nos atrevemos a pronunciarnos por miedo a quedar como unos reaccionarios. ¿Y por qué pensamos eso? Obvio: porque vivimos más y mejor y sabemos muchas más cosas y estamos muchísimo más avanzados que ninguna otra civilización, y porque todas las demás nos copian. Somos la civilización dominante del planeta y eso será por algo, digo yo.

Por ejemplo, vamos a compararnos con un negro de esos salvajes que están en África todo el día en bolas, un negro caníbal y musulmán, o con un chino mongolo de cuarenta kilos que se pasa el día dándole al sacho, o con un indio sin brazos y sin piernas con un sólo diente que se arrastra reptando, o con un inca mapuche andrajoso que trabaja en una mina... no, señores, aquí está claro quien corta el bacalao, y no es el negro precisamente, ni el mongolo.

Eso es así. Ellos están fatal y nosotros no y eso quiere decir algo. Nos lo hemos montado mejor porque hemos entendido mejor cuál es la realidad y nos hemos librado de las supersticiones. Mal que bien, las cosas aquí funcionan y allí no. Eso, digan lo que digan, lo tenemos claro. ¿Choque de civilizaciones? ¿Cómo puede ser eso? Aquí sólo hay una civilización, y es la nuestra, coño. Hemos llegado a tener una vida verdaderamente humana, con derechos humanos y dinerito en los bolsillos y eso está muy bien, ¿me vas a decir que no?

Ahora bien, lo cierto es que venimos del negro. Sí, sí, del negro, como lo oyes. Al menos yo vengo del negro, y eso me mata. Quizás tú no vengas del negro, quiero decir, no provengas del negro. Pero lo dudo. Seguramente vengas del negro, igual que yo. Esto no es una afirmación gratuita. Observo en mi familia rasgos fisionómicos inquietantes, que siempre he tratado de no reconocer. Estoy seguro de que en tu caso pasa lo mismo. Fíjate bien en tu madre, mírala a la cara y no bajes la mirada: es negra, lo sabes. Mira a tu padre. Mira su boca y sus ojos, mírale los agujeros de la nariz: es negro, negro como el carbón. Me dices que tu padre no es negro ni en broma. Entonces es moro. Setecientos años de morería en la península ibérica dejan rastro, y tu padre es un buen ejemplo.
¿Hasta dónde somos capaces de reconstruir el árbol genealógico? ¿Qué sabemos de nuestra filiación? Lo cierto es que también ha habido blancos en nuestra historia, es verdad. Ellos sabían escribir y han escrito nuestro nombre y nos han contado la historia de nuestra familia. Una historia muy bonita, una historia de amor entre nuestro tatarabuelo y nuestra tatarabuela, que eran nobles y ricos y que tuvieron muchos hijos. Nos han llevado ante el espejo y nos han enseñado que somos blancos, que vivimos en territorios liberados por los blancos, que llegaron hace mucho tiempo y expulsaron de aquí a unos negros salvajes que estaban endemoniados. Nos han mostrado unas fotografías de unos seres albinos del norte de Dinamarca y nos han dicho que esos son nuestros antepasados. ¿Verdad que eran guapos?
Sea como sea, ahora nos envuelve un halo blanco de pureza. No es de extrañar, pues llevan toda la vida echándonos polvos de talco sobre la identidad. ¿Pero qué pasó antes? ¿Por qué no nos hablaron de la otra tatarabuela, la esclava negra? ¿Por qué no hablaron nunca a tu padre de su tatarabuelo bereber y analfabeto? De esas cosas es mejor no hablar. Esas son vergüenzas de la familia. Hemos de demostrar nuestro certificado de pureza aria. Pero de nada sirve: incluso las arios, como dijo el poeta, vienen de los mongolos.

Civilización, entonces. Ciertamente civilizaron a mi tatarabuela la negra. ¿Qué le hicieron? ¿Qué le quitaron? ¿Cómo vivía antes de que vinieran a blanquearle el nombre y el idioma? "Vivía fatal", nos dice el abuelo blanquecino, "y no sabía hablar". Mmm, curioso. No sabía hablar. En cualquier caso, la civilización se impone por la fuerza. A Dios rogando, y con el mazo, dando.

El asunto, señoras, es que hay que volver a mirar con los ojos del negro. Con los ojos del indio. Con los ojos de la mora. Di, perra mora, di, matatora. Y aparecerá así el disparate desnudo, la demencia de nuestro sentido del tiempo. Este tiempo, señoras, me está matando.



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