domingo, 27 de enero de 2008

Cáncer

Vamos caminando in campo aperto, absortos con nuestros asuntos. Cae la tarde sin que nos demos cuenta. Algo se mueve en la distancia, allá a lo lejos, tras los arbustos. Vemos emerger lo que parece el cañón de un rifle de entre las ramas. Pero no va con nosotros y miramos para otro lado.
Como dijo el sabio, "a nadie le habrá pasado por alto que todo el mundo se muere de cáncer" (¡shhh, por favor, qué mal gusto! ¿por qué se pone a hablar de eso ahora?). Pues sí, de cáncer. En este preciso instante todos podemos estar infectados de cáncer sin saberlo. Tenemos muchas posibilidades (se habla de un cuarenta por ciento) de tener cáncer. Pero no de tenerlo en un futuro lejano y borroso, no, de tenerlo ahora mismo. Y no saberlo. Hace ya muchos años, el malogrado investigador Dase Otaiser, científico y filósofo, estableció unas bases rigurosas para comprender el fenómeno del cáncer y la forma en que había que afrontar este problema en el mundo actual, siendo como es una lacra que habrá de llevarnos por delante lo queramos o no. Porque también podría pasarnos, como a Fritz Zorn (Bajo el signo de Marte, editorial Anagrama) que el cáncer supusiera nuestra última posibilidad de curación en esta vida. Pero eso ya es otra historia. No soy amigo de citas y transcripciones, pero creo que esta, por su lucidez esclarecedora, vale la pena. Algunos acaso ya la conozcan:
A nadie le habrá pasado por alto que la muerte está ahí, a la vuelta de la esquina. Que todos, de un modo u otro, la vamos a palmar señores, no es coña. Antes o después. Una vez que constatamos este hecho, no hay más que prepararse para el tránsito fatal. Todo el mundo debería pasarse el día imaginando el modo en que va a morir. Leyendo la prensa y observando las estadísticas, llegamos pronto a la conclusión de que lo más probable es que vayamos a morir de cáncer, primera causa de mortandad en el mundo civilizado. El cáncer, como es sabido, es una enfermedad que se origina por causas no del todo claras y que parte siempre de los testículos, propagándose luego por el resto del organismo en forma de metástasis, que son unos bultos llenos de pus y de mierda, haciendo estragos en nosotros hasta que morimos entre convulsiones después de recibir la extremaunción. Cuando el cáncer, después de salir de los testículos, se acantona en los dedos, se dice que uno padece cáncer de dedos. Cuando se hace fuerte en el pulmón, cáncer de pulmón, etc. Así pues, moriremos de cáncer y será horrible, no cabe la menor duda. Una vez que esto está claro, no hay más que ponerse a esperar los síntomas y a pensar en cómo vamos a afrontar la noticia de nuestro inminente deterioro y desaparición de la faz de la tierra. “Yo me iré y se quedarán los pájaros cantando”, escribió Juan Ramón. Pero de qué modo me iré, y qué voy a hacer desde el momento en que sepa cuánto me queda hasta que finalmente estire la pata, es otra historia. Esta reflexión es exquisita: el médico, con su brutalidad carácterística, ve algo raro en los análisis y nos dice que dentro de dos días vayamos a hacernos nuevas pruebas. Nosotros sabemos ya que es el fin, nos invade un terror desmesurado, pero tenemos que esperar dos días. Y luego una nueva espera para conocer los nuevos resultados. El doctor, brutal, confirma que es un cáncer, que está avanzado y que nos quedan a lo sumo tres meses. No hay ya tratamiento posible. Pregunta: ¿cómo podremos dormir esa noche y las noches siguientes? Sólo nos resta esperar, en medio del pavor, suspender nuestras ilusiones, aprender a vivir día a día, pero ya no podemos aprender eso, nos pasamos las veinticuatro horas pensando en la extinción y nos sentimos aislados en nuestra desdicha, incapaces de aceptar que se acabó el carbón, que se acabó lo que se daba, que esto era todo y que la felicidad nunca llegó. Llanto constante. Silva entonces, ¿no será mejor Silva, y acabar cuanto antes?
Aquí interrumpimos la reflexión, mascando el sabor de la muerte, y volvemos a constatar que nos duele la espalda desde hace días, que de nuevo tenemos el oído taponado de tanto oír reggaetón a toda potencia, que el neumotórax reaparece con frecuencia, que desde hace unos meses padecemos desarreglos intestinales y fuego anal desde que abusamos un poco del serdo, las punzadas en el pecho son frecuentes: sabemos que los síntomas son claros y que en realidad el fin se acerca. Y volvemos a reenganchar con la reflexión del diagnóstico y todo lo que seguirá.
Caminamos por el llano y desde los arbustos un francotirador comienza a disparar. Vemos caer gente a nuestro alrededor. Pero no va con nosotros. Nosotros, tranquilos, fumamos el último cigarrito. Antes de caer, tendremos que hacer la Revolución.

1 comentario:

José Otero dijo...

estas loco, diciendo eso