jueves, 11 de septiembre de 2008

Ugly things, cosy things

En uno de sus libros, Pasajes de la vida negra (por desgracia inencontrable, como tantos otros títulos del autor), Graham de la Cruz defiende una poética que ilumine ciertas cuestiones soterradas y dejadas de bando por la intelectualidad oficial. En la línea de sus siempre venerados Georges Bataille y Walter Benjamin, De la Cruz elabora una especie de ficción poética, que unos han calificado simplemente como poema en prosa y otros, más perspicaces, como "salmodia intermitente", mediante la cual ciertos fetiches de la cultura de masas son confrontados con el paso del Tiempo, dimensión que cobra metafóricamente la forma de una determinada arquitectura urbana, en este caso, la ciudad de Amsterdam. Transcribo aquí un fragmento:

Estaba en Amsterdam, estaba enamorado, y buscaba por todas partes una Fist Fucking Machine. Era el final del verano y no esperaba encontrar ese frío. No recordaba el frío mojado de Amsterdam. Paseábamos por el Jordaan y los nombres de las calles volvían a encontrarse con la imagen suelta de la retina. Me asombraba ese desconcierto, pues no habían pasado tantos años, en el que la memoria había disociado nombres y canales, calles y nombres de calles y nombres de antiguos compañeros de universidad que ya no vivían allí y nombres y más nombres y calles y canales sin nombre, flotando sobre las aguas del olvido los nombres de los canales del olvido del nombre, quedando en el limbo de las imágenes los canales sin nombre y las calles sin nombre y las plazas sin nombre, y en el limbo de los nombres los nombres de los canales y calles y plazas de las que la memoria había disociado de sus correspondientes imágenes, de ahí el desconcierto. Pero pronto volvía todo a su sitio y se asentaban los nombres al pisar las calles, a la vera de los canales, caminando y contemplando y comentando las casas de Amsterdam, casas donde parte del interior suele quedar a la vista del flaneur. Amsterdam es una ciudad bella, sobre todo cuando los árboles aún conservan las hojas, cuando le da la luz. A plena luz del día se extendían personas en las terrazas, pese al frío, buscando la luz que ya se despedía, que quedaría sepultada por las tinieblas permanentes del invierno a partir de octubre, con el cambio oficial de hora. A plena luz del día caminaba enamorado e iba buscando desesperadamente una Fist Fucking Machine.

Recordaba haberla visto años atrás en el escaparate de un sex shop cerca de la Centraal Station. También aquí la memoria había quedado un poco difuminada y no podía precisar la ubicación exacta de la calle. Había tiempo, todo el día para pasear. Amsterdam es bella en el sentido burgués del término, con sus casas que dan al canal, sus árboles, las formas desarrolladas desde el siglo XVII, el siglo de oro de la ciudad, los inconfundibles tejados, las estructuras altas y estrechas, el pavimento de ladrillo rojo con las ondulaciones de los puentes, la misma ondulación que los canales imponen a las calles, las imágenes de casas que se evaden de la vista con la curva del canal y que uno al caminar también va ganando, en otras paredes de otras casas que van apareciendo al doblar la curva, sobre el agua, medio encubiertas por el verdor de los olmos en verano, aunque hacía frío ya y se podían probar los vientos y la lluvia a rachas de Holanda, la lluvia que trae el viento haciendo extrañas curvas por los meandros de los canales. Parte de la belleza de Amsterdam proviene de la abundancia de curvas en contraste con los tejados puntiagudos de las casas de la burguesía protestante, los numerosos comerciantes y banqueros de antaño, ejecutivos de hoy, intelectuales y artistas y comerciantes y ejecutivos de hoy que pueblan el centro de la ciudad. En Amsterdam abundan las curvas, sí. Pero el movimiento de la Fist Fucking Machine no conoce las curvas, pues es básicamente percutor.

Como todo el mundo sabe, la Fist Fucking Machine es una especie de taladro hidráulico en cuyo extremo se ha insertado un puño de látex de tamaño natural. Funciona con una batería de alimentación eléctrica y se acciona apretando un botón que libera el mecanismo mediante un juego de pistones de gran potencia. Se usa para dar y recibir placer o, con más propiedad y en palabras del Dante, "per dare e ricevere il piaccere", normalmente de forma anal, "alla maniera". Nunca he podido averiguar quién la ideó, pero intuyo que se trata de un invento oriental. Recordaba haberla visto en el escaparate de un sex shop en la Haarlemerstraat, cuatro años atrás. Sin duda resultaba ingenuo pensar que aún continuaría en el escaparate, pero quizás, al reconocer el establecimiento, podría preguntar si aún disponían en stock. Yo la había visto por primera vez una mañana en que iba buscando una farmacia. Era una mañana limpia y azul, yo alzaba la vista al cielo y respiraba el aire frío, buscando el sol. Quería calmarme porque en realidad estaba histérico. Caminaba buscando una farmacia, buscando una paz que no llegaría. Miraba todos los escaparates con ansiedad, las tiendas de souvenirs, los establecimientos de los turcos ofreciendo falafel a un precio muy razonable, las boutiques de ropa jipiosa, los coffee shops, un sex shop, otro falafel, tres tiendas más de souvenirs, otro coffee shop, una pizzería, más ropa jipiosa y de pronto, en el escaparate del tercer sex shop, mi vista se clava en un lujoso set de dildos de todas las formas, colores y tamaños imaginables, encajados en blanco porexpán dentro de una enorme caja plastificada, de luxe. En medio de los dildos estaba la Fist Fucking Machine, y ella sola centraba naturalmente toda mi atención. La existencia de un ingenio como la Fist Fucking Machine a esa hora de la mañana, en ese preciso instante, en ese lugar de una ciudad del norte, la calle con los turistas madrugadores, los lugareños desayunando krokett, las gaviotas gritando en el cielo, los canales, siempre los canales, mi mirada clavada en la Fist Fucking Machine, la reflexión de pronto, haciéndome olvidar el viejo desasosiego y trayéndome uno nuevo, muy intenso.

Estaba enamorado y caminaba por Amsterdam, hablábamos del cambio y del olvido y entrábamos en todos los sex shops que salían a nuestro encuentro, en busca de la Fist Fucking Machine. Recorríamos los canales y las calles adyacentes realizando recorridos sinuosos por el centro de la ciudad, manteniendo una tensa gravitación en torno a la Centraal Station, que habría de engullirnos cuando concluyera nuestra visita a Amsterdam, Amsterdam, la ciudad de los canales, la Venecia del norte. En Amsterdam aman la música barroca veneciana y en la ciudad viven afamados especialistas en el campo de la interpretación con criterios historicistas. Deambulábamos por el Barrio Rojo y entrábamos en todos los sex shops, pero no había rastro de la Fist Fucking Machine. De paso mirábamos las revistas y las películas en las estanterías. Fue hasta cierto punto emotivo reencontrar, gracias al rigor de clasificación de los holandeses, toda una sección dedicada al "Pees & Shit". Se trataba mayoritariamente de producciones alemanas cuyas contraportadas ofrecían fotogramas en los que se apreciaba a los actores haciendo el amor embadurnados de mierda, normalmente maduros obesos acompañados de toxicómanas, un clásico. Su precio rondaba los treinta y cinco euros cada DVD, precio de delicatessen. Había un pack de tres DVDs titulado "Scatho Box" de envoltorio dorado que no tenía fotogramas, misterioso, ocultaba sin duda muchos secretos. El pack costaba quince euros. Finalmente nos dirigimos hacia la Haarlemmerstraat, decididos a concluir la agonía de la búsqueda. Cuando vamos al mercado, siempre es mejor ir a tiro hecho, porque si no seremos devastados por la melancolía de la abundancia. Ya habíamos tenido nuestra borrachera de varieties, y se imponía el sentido común. Enfilamos calle adentro y volví a recorrer todos los escaparates con ansiedad, las tiendas de souvenirs, los establecimientos de los turcos ofreciendo falafel a un precio muy razonable, las boutiques de ropa jipiosa, los coffee shops, un sex shop, otro falafel, tres tiendas más de souvenirs, otro coffee shop, una pizzería, más ropa jipiosa y de pronto, en el escaparate del tercer sex shop mi vista se clava en el enorme vacío dejado por el set de dildos de luxe que antaño lo presidía todo. A veces las cosas no salen como esperamos.
Entramos en la tienda. En Amsterdam todo el mundo sabe hablar inglés y el inglés está por todas partes. En todo el tiempo que viví allí nunca conseguí aprender el holandés debidamente, porque todo el mundo era proclive a hablar en inglés. Me dirigí al dependiente y, un poco azorado, con voz trémula, le pregunté:
"Do you still have any Fist Fucking Machine?"


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Furioso!!!!,

sorry por la desaparición al estilo jimeniuss!

Otro clásico, al fin y al cabo, y al fin fucking.

Un placer saborear vuestro aura romántico.

Saludos desde Den Haag.

Anónimo dijo...

agradable relato de melancolía anal

Anónimo dijo...

Me recuerda este relato a un autor de mis años de juventud, un tal Dase Antavide Otaiser, o algo así, que solia prostituirse diariamente en la "placita" de Santa Catalina en Las Palmas

Anónimo dijo...

Yo creo que lo que realmente buscaban era una FIRST fucking machine sumidos en la inexperiencia de su juventud virginal... Qué emocionante señor de la Cruz...
¿podrían poner algún que otro relato suyo?