Los lectores fanáticos de Graham de la Cruz tenemos entre nuestras preferencias bibliográficas un pequeño librito publicado por la editorial Virus en 2005 que se titula El Ser en Carne Viva, en el cual el autor da la cara y se expone como en ninguna otra obra. Transcribo aquí un pasaje (pp. 22-23) con el que más de uno se sentirá identificado:
La sensibilidad es, ante todo, debilidad. Si decimos a veces que es deseable ser sensible, que es necesario que seamos sensibles, estamos elogiando entonces la debilidad. Eso no está nada bien, eso no es bueno, eso de la sensibilidad. Qué dirá Arnold de nosotros, qué dirá el paradigma de este principio de siglo, qué dirá Superman, qué dirá Brutus. Con el tiempo todos hemos aprendido a ser fuertes porque la vida, decimos, es dura. Y Natan cantaba: "Fóllame duro porque la vida es dura" (www.myspace.com/fetosfritos). Vemos a Brutus, cómo nos mira de refilón, tocándose el rabo. Brutus es enorme, tiene un cráneo hirsuto y gigante, los ojos pequeños, un colmillo que le asoma del labio inferior, más prominente que el otro. Brutus no siente nada. A Brutus le das con un palo en la cabeza y se descojona y después te mata. Uno ha de ser, como el labio inferior de Brutus, siempre más prominente que el Otro, porque si no, estamos fritos (como los fetos de Natan). Desde la infancia aprendemos a imponernos para que no nos caigan capoteadas, para que no nos echen lapos, para que no nos pellizquen las tetas si somos gordos, para poder vacilar con las niñas bonitas. Ay, las niñas bonitas, no pagan dinero, eterna fuente de frustración sexual para los débiles. I am Brutus, aléjate primo o te reviento la cabeza de la galleta que te doy. ¿Qué mariconada es esa de la sensibilidad? Una persona sensible es una persona llorica, cobarde, feminoide.
You Porn: You Puta. A ellas aprendemos a verlas a través del desprecio. Muger ojebto de nuestras fantasías de homosexo. Se mira a la donna y sé piensa: "a las mujeres: piña, piña, piña y disgustos", que sufran y que gocen bajo nuestro poder, y así nos amarán por nuestro poder, que es lo que cuenta, a fin de cuentas, a fin de mes. Esta mirada tan porno esconde el deseo de una violentísima penetración anal personal, una sodomía anal pasiva e irrefrenable que nos taladre el ano del culo, acaso una penetración múltiple y rectal por parte de una tribu de zulúes en pie de guerra, antídoto seguro para nuestro desequilibrio libidinal, padecer el poder de un tropel de rabos mandinga que nos quiten toda la bobería, primo. Al verla a ella postrada, maniatada y amordazada ante nuestro báculo viril, quisiéramos estar postrados, maniatados nosotros mismos bajo el poder de un negro salvaje, un negro desenfrenado que no se ande con contemplaciones, que lo tenga claro y vaya duro a por nosotros, gimientes y mansos. Pero claro, a ver quién es el guapo que se deconstruye hasta ese punto; qué queda entonces de ese macho tan Brutus que trabajosamente hemos montado para hacer frente a esta vida perra, qué queda si admitimos de esta forma que lo único que queremos es poder ser débiles sin morir por el camino.
Desde la infancia aprendemos a admirar a He-Man, el muñeco de Mattel, el dibujo animado de ese supermacho ario que lucha semidesnudo, cuadradísimo y noruego, marcando paquete con unos correajes nítidamente sadomaso y una espada justiciera que penetra sin cesar en las vísceras del Otro: "Por el poder de Greyskull / Yo tengo el Poder". Y nos vamos a las páginas de Foucault para entender mejor el cuerpo y nos vamos a Bataille para emular que nos perdemos en la noche del no-saber, pero cuando llega la aurora de rosáceos dedos, el espejo nos acusa y nos avergonzamos: pecador, pecador marica, maricón. Y volvemos a hilvanar a Brutus para salir a la calle sin miedo y sin vergüenza, a matar.
Así pues, podemos concluir que el hombre, cuanto más Brutus, más buje. Brutus es el negativo de una princesa delicada, y así el hombre más duro, el hombre reseco, el hombre al que repugna el contacto físico con otro hombre, quisiera secretamente (es casi seguro) sentir el taladro hidráulico de un cipote falogocéntrico sodomizándole el complejo de Electra por los meandros del ano colorrectal. Para volver a ser débil. Para volver al prado de la infancia. Para sentir su humanidad.
He discutido con el propio De la Cruz el sentido pleno de este pasaje. Sus aclaraciones me han dejado más confundido todavía. Mucho podría matizarse acerca de los términos empleados (sobre todo el concepto de "sensibilidad" o las referencias a los planteamientos posestructuralistas franceses o los estudios de género). En cualquier caso el autor -según confiesa- no aspira a la universalidad en su escritura. Lo que parece seguro es que, para De la Cruz (y yo estoy de acuerdo) el momento fundador de lo humano es la debilidad. Y que hacerse cargo de ella es como "abrir puertas a la primavera del mundo". Pero como sabemos, esa no es la tendencia dominante. La tendencia es encallecer el alma, con la obsesión de no sufrir, o a causa del hartazgo del sufrimiento. Sobreviene así la animalización, la insensibilización, la fuerza bruta del hombre duro. Y así nos va.
