domingo, 22 de enero de 2012

Chaflameja

Chaflameja[1]
Nada nuevo bajo el sol. El ser humano, desde la caída, es una criatura siempre propensa al vicio y la desmesura. La teología medieval, con Boecio a la cabeza, se encargó de argumentarlo con rigor. Los vicios del hombre son infinitos, lo sabemos, pero entre ellos, unos se perdonan mejor que otros. En algún momento de mi vida también yo he sido joven, he sido latin, he sido machango, he sido canario, he sido chaflameja. También mis amigos, casi sin excepción, han sido unos perfectos chaflamejas y no pasaba nada. Quedábamos para ir a la playa en una esquina cualquiera. Yo los esperaba media hora más tarde de lo acordado, una hora incluso, y ellos me esperaban a mí dos o tres horas más de lo acordado, y no había problema. Yo los esperaba pacientemente en la puerta de Babón, cuatro, cinco horas más de lo previsto, hasta que al fin llegaban y yo, bueno, qué iba a hacer, hacía un gesto señalando mi muñeca izquierda sin reloj, como diciendo “chacho, ya era hora”, nos saludábamos como si tal cosa y nos marchábamos a la playa sin más, a contemplar las olas subir y bajar y a hablar de boberías. Dulce pájaro de juventud. La juventud es elástica y elástica es la percepción del joven despreocupado que siente que tiene toda la vida por delante y, por lo tanto, todo se la sopla.
Pero pasan los años y uno se va haciendo mayor y pierde elasticidad, pierde flexibilidad, pierde tolerancia, pierde paciencia. Uno va queriendo que las cosas sean firmes. Uno va gustando cada vez más de cosas firmes y empieza a aborrecer de aquello vaporoso, aquello inestable, incierto, poco serio. Empieza a desesperar, poco a poco, que la distancia entre el dicho y el hecho sea demasiado grande, en los discursos de los demás y en los propios. Empieza a tostarle a uno la cabeza el buen rollito de mentirijilla, ese “chacho, a ver si quedamos” que nunca se concreta, la desidia, el abandono, el desaseo de las relaciones. Uno se embarca en cosas con ilusión, siente que hay proyectos que valen la pena, que merecen un esfuerzo, uno cuenta con los demás y piensa que por fin ha llegado la hora de hincarle el diente a la realidad, que es posible trabajar en una dirección, trabajar en equipo, en definitiva, uno piensa que es posible la revolución. Pero entonces…
Canarias es un latin place. Y esto, que tiene sus cosas buenas, es a la vez nefasto. Canarias es un latin place con perras, como Miami. Un latin place con infraestructuras. Yo amo la pachorra canaria, la considero buena, sana y sabia. La pachorra es buena para la contemplación, para el goce sensual, para el embeleso. Pero es nefasta para la revolución. Y a eso hemos de añadir que las circunstancias de la vida no admiten siempre la pachorra, por eso la pachorra, en contacto con el infortunio, degenera fácilmente en melancolía y de ahí en demencia y acaso en violencia. Pero siempre una violencia aleatoria, descontrolada, ciega, estúpida. La pachorra también puede degenerar en indolencia, desidia, pasotismo vulgar, irresponsabilidad. Y es ahí donde se cultiva el chaflameja que todos, en mayor o menor medida, llevamos dentro.
El chaflameja, con frecuencia, es un bobilín. Otras veces se hace el bobilín. Si uno no quiere perder las relaciones y mandar a todo el mundo al carajo, tiene que fingir que también es un poco bobilín, haciendo como que olvida todas las veces que le han pegado negra tras negra. Uno tiene que reír la gracia del chaflameja, que le dijo esto y luego hizo aquello, que quedó en tal sitio y nunca apareció, que se comprometió a tal cosa y pasó de todo. Oh, cosas de la gente… No queda entonces, para no acumular rencores casi universales, sino comportarse de la misma manera, aceptar el código chaflameja y si te he visto no me acuerdo, pero no pasa nada, todos amigos, todos contentos y felices en esta vida impotente. Es el principio de la noche de copas que se vuelve universal. De noche todos los gatos son pardos, de noche la gente es fascinante, de noche hombres y mujeres desbordan atractivo sexual, de noche salen planes interesantísimos y somos capaces de prometer el oro y el moro. El amanecer borrará todo rastro de realidad de cuanto se haya dicho o hecho: al fin y al cabo estábamos de copas, y en esos casos no cuenta.




[1] La voz chafalmeja (variante de expresión: chaflameja), del español general chafalmejas (de trafalmejas, influido por chafar) ‘pintor de corta habilidad, pintamonas’, se usa en las Islas Canarias en el sentido sustantivo de ‘persona poco formal e irresponsable’ y en el sentido adjetivo de ‘se dice de la persona poco formal e irresponsable’. Presenta, por tanto, bastante similitud semántica con términos valorativos del español general como insensato, imprudente, tarambana, botarate, etc. Por derivación, ha desarrollado las formas chafalmejada ‘hecho propio de un chafalmeja’ y chafalmejería ‘ídem’.