El axioma fundamental para aquellos niños bien que, por romanticismo o por simple buen criterio , quieran adherirse a la Revolución, es que deben, ante todo, romper sus prejuicios de clase.
Los prejuicios de clase están presentes siempre, lo quieran o no los niños bien. El primer prejuicio de clase es pensar que no somos niños bien y que no tenemos prejuicios de clase, sino que somos guays, jipis, enrollados, concienciados, etc. Algunos niños bien, sobre todo los más inteligentes, sufren en la vida contemporánea y ello les hace creer que con ello están libres de la carga ideológica que han acumulado a lo largo del tiempo. Esa carga es (adulterando un poco el concepto de Bordieu) el "capital cultural", relacionado estrechamente con el capital económico de papá y mamá del que disponen para comprarse ropas jipis, música indie, novelas de calidad, entradas para el cine de autor, para el teatro, para conciertos de violinistas extraordinarios y cosas así, buenas, bonitas y no siempre baratas.
El segundo prejuicio es el resultado de identificarse con todas esas cosas tan fantásticas y pensar que uno ha adquirido un criterio definitivo: "Sabemos lo que es bueno". Nos lo han dicho personas con autoridad y buen juicio, lo hemos comprobado deleitándonos personalmente, hemos educado nuestra sensibilidad para apreciar lo bueno. Entonces vamos un día por la calle y suena atronador desde un coche tuneado todo guapo el escalofriante reggaetón "Rompe-condones" by Magnate & Bambino, Factoría: Dime qué tú tienes entre las piernotas/ Yo rompo condones como cosa loca/ En lugar de una pellotita tienes una pellota/Vete al carajo y mámame la tota . Sobre la marcha el niño bien se siente mal, se siente atacado, y piensa de manera más o menos explícita: puto hortera. Es difícil aseverarlo con pretensión científica, pero en este momento es muy probable que el rechazo que se siente contenga una importante dosis de prejuicio de clase.
El tercer prejuicio de clase hunde sus raíces en el miedo del rico a que le roben sus cosas. En este sentido, el niño bien por lo general evita meterse en barrios chungos. El niño bien evita la pobreza y se siente inseguro cuando se encuentra solo entre otros que son más pobres que él. Lleva toda la vida oyéndolo en la tele o en las películas o de boca de sus padres: ten cuidado con la chusma. Por lo cual, como decimos, no se mete en la boca del lobo para el hombre, a menos que vaya buscando jachi. Cuando uno va buscando jachi, da igual donde se meta porque el vicio puede con todo y es entonces cuando más se acerca el niño bien de verdad a la actitud más correcta desde el punto de vista revolucionario: la coexistencia y el trato con el proletariado de barrio o con el lumpenproletariado jacoso de igual a igual: unidos por el vicio, que desde luego no es lo mejor, pero al menos ya es algo en común.
El niño bien debe aprender a sentirse bien entre las clases bajas, gritonas y horteras, y mal entre las clases altas y refinadas. Desde luego, esto le parece una herejía total al niño bien, que a lo largo de los años ha ido cultivándose y "sabe lo que es bueno" y por eso sabe que lo bueno no es el reggaetón: lo bueno es el jaaaaaazzzzz. Y el diseño y la música clásica y los Beatles y la ropa cómoda y bonita y el ecologismo y el buen rollito y la camiseta del Che y los rollitos de primavera y la cocina vegetariana y todo lo étnico y lo moderniqui, la world music, los documentales de Michael Moore, el Pesoe o Izquierdaunida, las oenegés, los libritos, las exposiciones... la "cultura", en definitiva.
Las clases bajas viven por lo general en la periferia, en los barrios chungos. Es cierto que en los barrios chungos abunda la violencia y el crimen, o por lo menos eso dicen las noticias. La mayoría de los niños bien han tenido encontronazos con los niños mal, es decir, con los mataos, en algún momento de la infancia. Es posible que hayan sido asaltados por grupos de mataos con o sin navaja, quizás un poco mayores, o yonquis o gitanos o moros o cualquier grupo excluido con el cual se asocie a la delincuencia en las distintas ciudades del mundo opulento. La experiencia puede haber sido traumática. Sin embargo eso no justifica que ese terror infantil se enquiste y permanezca en la edad adulta, dado que, provistos de razón y sobradamente alfabetizados y alimentados, los niños bien son capaces de analizar la problemática social que anida en los barrios chungos. Y en los barrios chungos se escucha reggaetón, qué le vamos a hacer.
Decía Graham de la Cruz que ser de izquierda no es ser más inteligente que nadie, más bien al contrario. Es creer que da igual que no seamos iguales: no somos mejores que nadie y, en muchos casos, somos peores que la mayoría, pero todo eso no es importante para la Revolución.
Lo que hay que hacer es irse con El Capital bajo el sobaco a convivir con los mataos. Y ver qué pasa.