lunes, 21 de abril de 2008

I Am, You Porn, He Man

Los lectores fanáticos de Graham de la Cruz tenemos entre nuestras preferencias bibliográficas un pequeño librito publicado por la editorial Virus en 2005 que se titula El Ser en Carne Viva, en el cual el autor da la cara y se expone como en ninguna otra obra. Transcribo aquí un pasaje (pp. 22-23) con el que más de uno se sentirá identificado:

La sensibilidad es, ante todo, debilidad. Si decimos a veces que es deseable ser sensible, que es necesario que seamos sensibles, estamos elogiando entonces la debilidad. Eso no está nada bien, eso no es bueno, eso de la sensibilidad. Qué dirá Arnold de nosotros, qué dirá el paradigma de este principio de siglo, qué dirá Superman, qué dirá Brutus. Con el tiempo todos hemos aprendido a ser fuertes porque la vida, decimos, es dura. Y Natan cantaba: "Fóllame duro porque la vida es dura" (www.myspace.com/fetosfritos). Vemos a Brutus, cómo nos mira de refilón, tocándose el rabo. Brutus es enorme, tiene un cráneo hirsuto y gigante, los ojos pequeños, un colmillo que le asoma del labio inferior, más prominente que el otro. Brutus no siente nada. A Brutus le das con un palo en la cabeza y se descojona y después te mata. Uno ha de ser, como el labio inferior de Brutus, siempre más prominente que el Otro, porque si no, estamos fritos (como los fetos de Natan). Desde la infancia aprendemos a imponernos para que no nos caigan capoteadas, para que no nos echen lapos, para que no nos pellizquen las tetas si somos gordos, para poder vacilar con las niñas bonitas. Ay, las niñas bonitas, no pagan dinero, eterna fuente de frustración sexual para los débiles. I am Brutus, aléjate primo o te reviento la cabeza de la galleta que te doy. ¿Qué mariconada es esa de la sensibilidad? Una persona sensible es una persona llorica, cobarde, feminoide.
You Porn: You Puta. A ellas aprendemos a verlas a través del desprecio. Muger ojebto de nuestras fantasías de homosexo. Se mira a la donna y sé piensa: "a las mujeres: piña, piña, piña y disgustos", que sufran y que gocen bajo nuestro poder, y así nos amarán por nuestro poder, que es lo que cuenta, a fin de cuentas, a fin de mes. Esta mirada tan porno esconde el deseo de una violentísima penetración anal personal, una sodomía anal pasiva e irrefrenable que nos taladre el ano del culo, acaso una penetración múltiple y rectal por parte de una tribu de zulúes en pie de guerra, antídoto seguro para nuestro desequilibrio libidinal, padecer el poder de un tropel de rabos mandinga que nos quiten toda la bobería, primo. Al verla a ella postrada, maniatada y amordazada ante nuestro báculo viril, quisiéramos estar postrados, maniatados nosotros mismos bajo el poder de un negro salvaje, un negro desenfrenado que no se ande con contemplaciones, que lo tenga claro y vaya duro a por nosotros, gimientes y mansos. Pero claro, a ver quién es el guapo que se deconstruye hasta ese punto; qué queda entonces de ese macho tan Brutus que trabajosamente hemos montado para hacer frente a esta vida perra, qué queda si admitimos de esta forma que lo único que queremos es poder ser débiles sin morir por el camino.
Desde la infancia aprendemos a admirar a He-Man, el muñeco de Mattel, el dibujo animado de ese supermacho ario que lucha semidesnudo, cuadradísimo y noruego, marcando paquete con unos correajes nítidamente sadomaso y una espada justiciera que penetra sin cesar en las vísceras del Otro: "Por el poder de Greyskull / Yo tengo el Poder". Y nos vamos a las páginas de Foucault para entender mejor el cuerpo y nos vamos a Bataille para emular que nos perdemos en la noche del no-saber, pero cuando llega la aurora de rosáceos dedos, el espejo nos acusa y nos avergonzamos: pecador, pecador marica, maricón. Y volvemos a hilvanar a Brutus para salir a la calle sin miedo y sin vergüenza, a matar.
Así pues, podemos concluir que el hombre, cuanto más Brutus, más buje. Brutus es el negativo de una princesa delicada, y así el hombre más duro, el hombre reseco, el hombre al que repugna el contacto físico con otro hombre, quisiera secretamente (es casi seguro) sentir el taladro hidráulico de un cipote falogocéntrico sodomizándole el complejo de Electra por los meandros del ano colorrectal. Para volver a ser débil. Para volver al prado de la infancia. Para sentir su humanidad.


He discutido con el propio De la Cruz el sentido pleno de este pasaje. Sus aclaraciones me han dejado más confundido todavía. Mucho podría matizarse acerca de los términos empleados (sobre todo el concepto de "sensibilidad" o las referencias a los planteamientos posestructuralistas franceses o los estudios de género). En cualquier caso el autor -según confiesa- no aspira a la universalidad en su escritura. Lo que parece seguro es que, para De la Cruz (y yo estoy de acuerdo) el momento fundador de lo humano es la debilidad. Y que hacerse cargo de ella es como "abrir puertas a la primavera del mundo". Pero como sabemos, esa no es la tendencia dominante. La tendencia es encallecer el alma, con la obsesión de no sufrir, o a causa del hartazgo del sufrimiento. Sobreviene así la animalización, la insensibilización, la fuerza bruta del hombre duro. Y así nos va.






Elitismos

Ciertamente, lo más difícil para la vieja escuela va a ser la adaptación a una democracia masiva que desprecia los valores clásicos: esfuerzo, agonía y éxtasis, inteligencia singular, individualismo heroico, pieza única y original, selección de lo óptimo, lentitud, aislamiento. La antigua meta era la “obra maestra”, seguramente lo más odiado por la democracia de masas. Las obras maestras son hoy un destino turístico.

Félix de Azúa


"El revolucionario de hoy está perplejo", me comentaba Graham de la Cruz. "La revolución es una obra de vanguardia, y la vanguardia no sabe ser popular. Lo popular está en manos del capital, que todo lo empaqueta y todo lo vende, por medio de grandes promociones y siempre al mejor precio. La vanguardia, la revolución, es cara, es un objeto de lujo. Ser comunista, ecologista, anarquista o artista de vanguardia sólo está al alcance hoy en día de la clase media y alta. El país más ecológico del mundo es Suiza. Y ya sabemos lo que es y lo que ha sido Suiza a lo largo de la historia: el paraíso de los evasores de impuestos y las mafias internacionales. Un país de bancos y de ricachones. Un país muy bonito, por cierto. Un país carísimo".
Me quedé pensando en sus palabras. ¿Qué hacer?, le pregunté. "Pregúntale a Lenin", me respondió, "Lenin estuvo exiliado en Suiza. Lenin escribió ¿Qué hacer? durante su exilio en Suiza. Sin embargo, ¿quién se va a poner a leer a Lenin hoy día? Lenin no vende, Lenin no puede competir con la Play Station III ni con la Wii ni con la Xbox, y mucho menos con los reality shows. Además, Lenin era calvo".

Lo popular ha de ser barato porque el pueblo no tiene poder adquisitivo. Nos encaminamos así hacia el modelo estadounidense, donde la producción intelectual de alto nivel, incluidos los estudios revolucionarios, están limitados a las universidades con financiación privada. El gran capital financia los estudios radicales que hablan de la necesidad de eliminar al gran capital. Mientras tanto, el pueblo ve la tele y pasea por los centros comerciales en busca de ofertas. Cada cosa en su sitio. El pueblo no tiene tiempo ni ganas de ser ecológico, ni de leer El Capital. El Capital es un ladrillo que sólo puede leer quien tiene tiempo y dinero. El que no tiene dinero no tiene tiempo y el poco tiempo que tiene lo dedica a comer en el Burguer King y a piratearse juegos de la Play. La Play es fiel y da lo que promete: entretenimiento sin par y una calidad gráfica extraordinaria. El Burguer King da sabor a la vida, sabor a cerdo.
Se dice que en USA los intelectuales son todos unos pijos, unos esnobs, unos elitistas. El izquierdismo es una cosa de pijos. El populus disfruta con las armas de fuego, con los coches de carreras, con la liga de baseball, con las pelis de Arnold, con la Play III. Tragedia de la izquierda en el mundo rico: la izquierda era del populus en tiempos de Lenin. Ahora el populus es de derechas. Y ser de izquierda es de pijos.
Tenemos entonces dos opciones: o bien nos encerramos a leer El Capital escuchando música de Händel, mojándonos los labios con un buen Chivas, para luego discutir los conceptos con nuestros amiguitos, o bien salimos al mundo zafio del populus y bajamos al barrio, al polígono, a hablar con los mataos que están allí con sus motos, su reggaeton y su kickboxing, a hablarles de Lenin y del ecologismo, a ver si hay suerte y no nos rompen la boca con una patada certera de muay-thai.









miércoles, 2 de abril de 2008

salir al mar

Salir al mar. Esa es la idea. Dejar atrás las fachadas de los comercios sin esperar ningún encuentro por el camino. ¿En qué momento se agotaron estas calles? Antes el mundo empezaba al romper el umbral de la casa infantil, con sólo pisar la acera gris de la calle Menéndez y Pelayo y temblar con el motor de los coches. “Aquí empieza la verdadera vida”, era la idea. Ahora la idea es salir al mar. Cierto día comenzó a palidecer la vista mítica que impregnaba la adolescencia en una ciudad poscolonial incapaz de gestionar su tamaño creciente, incapaz de digerir tanto coche, tanta tienda, tanta prisa. Sobre todo la prisa se aviene hoy muy mal con la ciudad de Las Palmas. La vista mítica descubrió el hastío, y no volvió la delectación de los panes crujientes en la rampa que sube al Mercado Central, ese edificio de los tiempos primigenios, del cochecito del bebé, un edificio extrañísimo, no volvió a ser Mesa y López ese Amazonas de coches, coches, coches, coches y gente absorta y tiendas que había que vadear con heroísmo para enfilar hacia la aventura al fondo del pasillo de Tomás Miller, y, sobre todo, dejó de ser el Corte Inglés ese templo del deseo, esa Navidad perpetua cuya librería era una isla dentro de muchas islas (“Escribir poesía en Canarias es vivir la muerte”, que decía aquel poeta/ desde el istmo de La Isleta/ yo soy Chona la Cangreja/ hija de Pancho Paíndo) y pasó a ser, el Corte Inglés, como digo, lo que verdaderamente es: el puto Corte Inglés. No volvieron muchas cosas porque las cosas, en general, no vuelven. Salir al mar entonces, como ahora, pero entonces había encuentros a los lados de la calle, la ciudad estaba llena de puertas. Estas calles se agotaron, ahora lo cree así, a medida que los amigos se fueron marchando o marchitando, o quizás fue uno el que se marchitó, vete a saber, poco importa, aún hay que atravesar el rugido de Mesa y López, dejar atrás el templo del deseo y sus gentes respirando amapola en los escaparates, y adentrarse en Tomás Miller, hacia la zona mora al fondo, que ahora se bate con las campañas de saneamiento de los edificios de luxe de nueva construcción. En el cruce de Ripoche se busca con la mirada: ¿y las prostitutas? Esta es la famosa calle Ripoche, antiguo refugio del lumpen portuario. No se ven prostitutas, pero aún subsisten las tiendas de los indios, algo es algo. La Casa Suecia en el cruce con Luis Morote no ha dejado de ser un lugar amable, o acaso sea la cercanía del mar que ya llega en la sal del aire, luchando con el humo de los coches que pierden la última batalla al borde mismo de la ciudad, como lucharon los guanches/ hasta la liberación. Ya salimos a la Avenida de las Canteras, al eterno punto de encuentro con alguien conocido, con alguien querido, con cualquiera, pero hoy vamos directos a la orilla. Dicen que el agua del mar marchita las flores de tierra. Pero no se puede matar con agua del mar una flor marchita. Le hará bien salir al mar con todo el cielo por delante y seguir por la arena hacia las rocas de la Puntilla. El límite de la ciudad nos dice cómo podría ser todo si quisiéramos. Alguien fuma sobre la roca desnuda, más allá de los juegos de playa: se produce el encuentro. Es hora de salir al mar y dejar atrás esta ciudad.